Publicaciones de la Revista Cultural Latinoamericana (Guturalmente hablando) El VientoTrigésima Quinta Comunión Literaria. Recibida el 8 de julio de 2010. Ponce, Ana María “la Loli”. Escritora asesinada y / o desaparecida entre 1974 - 1983 durante la dictadura militar de la República Argentina. Referente en lucha y dignidad para quienes nacemos Vientos.
Testimonio
“He surgido muchas veces / desde el fondo de las estrellas derrotadas”
Narrativa
Empecé a caminar despacio. Moviendo mis piernas lentamente. Primero una, luego la otra, tratando de perder ese ritmo cansado y de pasos cortos que adquirí con tanto tiempo de llevar cadenas. Me sentía liviana, pero cuando quise caminar rápido un mareo me obligó a descansar hasta que mi pulso se normalizó.
Qué grande me parecían los espacios. Que anchas las calles. Los automóviles se movían rítmicamente: rojo detenerse; verde en marcha, yo como una sonámbula los veía pasar y una especie de temor me invadía; tanto tiempo sin verlos, sin sentir el hermoso ruido de los motores, sin respirar el penetrante olor de los gases de los escapes. Era como una fascinación. Respiraba profundo, una, dos, tres veces, para que ese aire (que dicen contaminado y sucio) me llenara los pulmones, y me sofocara.
La tarde iba haciéndose muy lentamente noche. El cielo se pintaba con colores que ya había olvidado. No había nubes, Buenos Aires vivía un hermoso día de primavera en pleno otoño. Los árboles ya casi no tenían hojas, las pocas que quedaban tenían un tinte rojizo y se balanceaban desafiando el viento suave que empezó a soplar desde el río.
Santa Fe empezaba a llenarse de luces de colores que se prendían y apagaban, titilantes, invitando a mirarlas, a enamorarse de ellas.
La cabeza empezó a dolerme. No podía distinguir las figuras, mis ojos no me respondían, era tanto el tiempo, el tiempo de estar mirando nada más que las paredes de las celdas, de los corredores, todo cercano, todo blanco, todo monótono, todo repentinamente igual durante días.
Muchas veces pensé en este día. Imaginé, traté de imaginar el olor, el sabor de la libertad, la sensación de caminar sin pedir permiso, de dormir sin pedir permiso, de mirar sin pedir permiso, de orinar sin pedir permiso.
Me di cuenta que sentía ganas de ir al baño. Entré en un bar. Damas, decía una puerta que además como para que uno no se pueda equivocar tenía una primorosa damisela dibujada sobre la madera.
Salí del baño y me senté en una mesa. El reloj de la pared marcaba las 19.30, era temprano. Pedí un café. Lo tomé lentamente. Pensé en comer algo. Pero no tenía apetito. Quise recordar lo que sentía antes, cuando me sentaba en las mesas de los bares a tomar café. Me resultó imposible. Había pasado mucho tiempo. El pasado era una nebulosa, o tal vez yo lo había reducido a eso. Dolía mucho. Durante mucho tiempo dolió mucho, hasta que al final logré que fuera un inmenso fantasma borroneado, que se quedaba muy quieto escondido donde yo no pudiera verlo.
Salí del bar para tomar un colectivo hasta Plaza Once. Caminé hasta encontrarme indiferente, sin darme cuenta del placer que me producía ese leve contacto, esos roces rápidos, incluso algunos se volvían a mirarme con enojosa expresión y a reprocharme mi distracción. Yo sonreía feliz. Ellos seguían su camino cansados, tratando de colgarse de algún colectivo para volver a sus casas.
Mi casa. De nuevo el pasado tomando por asalto mi cerebro. ¿Cuál era mi casa? Hace tanto tiempo... Mi casa, ya no existía. Fue tan efímero. Mi casa. Mi familia. Eso es, la casa de mi familia. Mi madre, la casa de mi madre con sus árboles frutales, con su parral, con esa serena atmósfera de las casas provincianas. ¿Cómo estaría mi madre?
Bajé del 68 en Once, sentí unas repentinas ganas de correr, pero tuve vergüenza, y acomodé mi paso al de los demás. En mi cartera tenía un pasaje. San Luis, 13 horas de viaje, casi 900 Km. Pensé cómo me recibirían. Mi familia, mi madre, mis hermanos, mi hijo…
Mi hijo. Exactamente 10 años sin verlo. Tiene 12. Sé que le hablaron de mí. Qué vieja me siento, tengo miedo ¿Cómo será? ¿Cómo me esperará? Me han dado ganas de llorar, lloro, hacía mucho tiempo que no lo hacía. Camino hasta la plataforma 4 donde espera el ómnibus. Hago un esfuerzo para no gritar que yo viajo cuando llaman a los pasajeros del coche 112 con destino a Mendoza, con paradas en Pergamino, Venado Tuerto, La Carlota, Río Cuarto, Villa Mercedes, San Luis…
Me siento. Trato de que mis ojos no se vean hinchados y los cierro fuerte. Un gran cansancio empieza a invadirme. El cuerpo se me va ablandando, es la gratificante sensación que precede al sueño.
Cuando abrí los ojos, sentí que una luz me encandilaba. Los cerré de nuevo. Los abrí y miré por segunda vez la luz. Era la bombita que colgaba arriba de mi cucheta. Todo seguía igual. Las paredes de la celda, los corredores, todo cercano, todo blanco, todo monótono, todo repetidamente igual. Sentí deseos de ir al baño y tuve que llamar al guardia…
Editorial Papeles de Buenos Aires
Colección: La Pluma y la Palabra
Libro Número 35: Integración. Penelas, Carlos.
Declaración Jurada
En verdad desde el punto de vista poético, es difícil que se pueda agregar algo. Creo que un solo poema bastaría para justificar esencialmente una vida. El Ulises de Joyce es una reiteración del Prometeo de Esquilo.
El amor, la vida, la muerte, la libertad, son inherentes a cada hombre. Y creo firmemente en el hombre.
Por esa razón pienso que la revolución total y permanente, sin cristalizaciones, sin ídolos, sin teologías, es la síntesis del hombre nuevo. Lo contrario es burocratizar el pensamiento, el corazón, las manos.
Otro sí digo: La creación es una labor cotidiana e interior. Es decir, acumulación de trabajo. Concretamente el intelectual debe ganarse el pan.
Por último. El sueño y la vigilia son mi propia existencia. El poema, entonces, es una integración.
De carne y hueso, cargado de infinito como el amor, la vida y la libertad.
Testimonio
“He surgido muchas veces / desde el fondo de las estrellas derrotadas”
En la pared del cuarto del sótano de la ESMA, la Loli había pegado un poema, al lado tenia la foto de su hijo.
Narrativa
Empecé a caminar despacio. Moviendo mis piernas lentamente. Primero una, luego la otra, tratando de perder ese ritmo cansado y de pasos cortos que adquirí con tanto tiempo de llevar cadenas. Me sentía liviana, pero cuando quise caminar rápido un mareo me obligó a descansar hasta que mi pulso se normalizó.
Qué grande me parecían los espacios. Que anchas las calles. Los automóviles se movían rítmicamente: rojo detenerse; verde en marcha, yo como una sonámbula los veía pasar y una especie de temor me invadía; tanto tiempo sin verlos, sin sentir el hermoso ruido de los motores, sin respirar el penetrante olor de los gases de los escapes. Era como una fascinación. Respiraba profundo, una, dos, tres veces, para que ese aire (que dicen contaminado y sucio) me llenara los pulmones, y me sofocara.
La tarde iba haciéndose muy lentamente noche. El cielo se pintaba con colores que ya había olvidado. No había nubes, Buenos Aires vivía un hermoso día de primavera en pleno otoño. Los árboles ya casi no tenían hojas, las pocas que quedaban tenían un tinte rojizo y se balanceaban desafiando el viento suave que empezó a soplar desde el río.
Santa Fe empezaba a llenarse de luces de colores que se prendían y apagaban, titilantes, invitando a mirarlas, a enamorarse de ellas.
La cabeza empezó a dolerme. No podía distinguir las figuras, mis ojos no me respondían, era tanto el tiempo, el tiempo de estar mirando nada más que las paredes de las celdas, de los corredores, todo cercano, todo blanco, todo monótono, todo repentinamente igual durante días.
Muchas veces pensé en este día. Imaginé, traté de imaginar el olor, el sabor de la libertad, la sensación de caminar sin pedir permiso, de dormir sin pedir permiso, de mirar sin pedir permiso, de orinar sin pedir permiso.
Me di cuenta que sentía ganas de ir al baño. Entré en un bar. Damas, decía una puerta que además como para que uno no se pueda equivocar tenía una primorosa damisela dibujada sobre la madera.
Salí del baño y me senté en una mesa. El reloj de la pared marcaba las 19.30, era temprano. Pedí un café. Lo tomé lentamente. Pensé en comer algo. Pero no tenía apetito. Quise recordar lo que sentía antes, cuando me sentaba en las mesas de los bares a tomar café. Me resultó imposible. Había pasado mucho tiempo. El pasado era una nebulosa, o tal vez yo lo había reducido a eso. Dolía mucho. Durante mucho tiempo dolió mucho, hasta que al final logré que fuera un inmenso fantasma borroneado, que se quedaba muy quieto escondido donde yo no pudiera verlo.
Salí del bar para tomar un colectivo hasta Plaza Once. Caminé hasta encontrarme indiferente, sin darme cuenta del placer que me producía ese leve contacto, esos roces rápidos, incluso algunos se volvían a mirarme con enojosa expresión y a reprocharme mi distracción. Yo sonreía feliz. Ellos seguían su camino cansados, tratando de colgarse de algún colectivo para volver a sus casas.
Mi casa. De nuevo el pasado tomando por asalto mi cerebro. ¿Cuál era mi casa? Hace tanto tiempo... Mi casa, ya no existía. Fue tan efímero. Mi casa. Mi familia. Eso es, la casa de mi familia. Mi madre, la casa de mi madre con sus árboles frutales, con su parral, con esa serena atmósfera de las casas provincianas. ¿Cómo estaría mi madre?
Bajé del 68 en Once, sentí unas repentinas ganas de correr, pero tuve vergüenza, y acomodé mi paso al de los demás. En mi cartera tenía un pasaje. San Luis, 13 horas de viaje, casi 900 Km. Pensé cómo me recibirían. Mi familia, mi madre, mis hermanos, mi hijo…
Mi hijo. Exactamente 10 años sin verlo. Tiene 12. Sé que le hablaron de mí. Qué vieja me siento, tengo miedo ¿Cómo será? ¿Cómo me esperará? Me han dado ganas de llorar, lloro, hacía mucho tiempo que no lo hacía. Camino hasta la plataforma 4 donde espera el ómnibus. Hago un esfuerzo para no gritar que yo viajo cuando llaman a los pasajeros del coche 112 con destino a Mendoza, con paradas en Pergamino, Venado Tuerto, La Carlota, Río Cuarto, Villa Mercedes, San Luis…
Me siento. Trato de que mis ojos no se vean hinchados y los cierro fuerte. Un gran cansancio empieza a invadirme. El cuerpo se me va ablandando, es la gratificante sensación que precede al sueño.
Cuando abrí los ojos, sentí que una luz me encandilaba. Los cerré de nuevo. Los abrí y miré por segunda vez la luz. Era la bombita que colgaba arriba de mi cucheta. Todo seguía igual. Las paredes de la celda, los corredores, todo cercano, todo blanco, todo monótono, todo repetidamente igual. Sentí deseos de ir al baño y tuve que llamar al guardia…
Editorial Papeles de Buenos Aires
Colección: La Pluma y la Palabra
Libro Número 35: Integración. Penelas, Carlos.
Declaración Jurada
En verdad desde el punto de vista poético, es difícil que se pueda agregar algo. Creo que un solo poema bastaría para justificar esencialmente una vida. El Ulises de Joyce es una reiteración del Prometeo de Esquilo.
El amor, la vida, la muerte, la libertad, son inherentes a cada hombre. Y creo firmemente en el hombre.
Por esa razón pienso que la revolución total y permanente, sin cristalizaciones, sin ídolos, sin teologías, es la síntesis del hombre nuevo. Lo contrario es burocratizar el pensamiento, el corazón, las manos.
Otro sí digo: La creación es una labor cotidiana e interior. Es decir, acumulación de trabajo. Concretamente el intelectual debe ganarse el pan.
Por último. El sueño y la vigilia son mi propia existencia. El poema, entonces, es una integración.
De carne y hueso, cargado de infinito como el amor, la vida y la libertad.
Fuente: Libro LAS HOJAS. Compilación de Testimonios, notas, poemas, cuentos, crónicas varias, de escritores de la década del 60 y 70 que publicaron en la Editorial Papeles de Buenos Aires, Ediciones La Pluma y La Palabra dirigida por el poeta Roberto Santoro y escritores que han publicado en la Revista Cultural Latinoamericana (Guturalmente hablando) El Viento dirigida por la escritora Mónica Algarbe y el poeta Luis Vilchez. Año 2010. Colección: Libros de la calle.
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