miércoles, 11 de febrero de 2009

Fabio Boso

Nacido en San Luis, lugar del mundo en donde este poeta inmenso nos llena de ternura. Por causalidad forma parte de LOS POETAS DE EL VIENTO y de esta revista que nos nace abrazos. Es psicólogo y docente (decente) en distintos espacios. Publicó Ditirambos (esbozos de razón poética) en coautoria a la poetisa Liliana Guzmán. Participó en diversas antologías poéticas y de temas relacionados con la educación y la filosofía. También escribió numerosos textos para varias revistas callejeras. Es un poeta popular, piadoso y completamente sensible. Sus versos viajan anónimamente por las revistas culturales de todo el país que se enorgullecen de difundirlo. Poeta para tener en cuenta y para darle su verdadero reconocimiento en esta "tradicionalista" sociedad puntana que muchas veces peca por cerrada.

ESCENAS
* A Gerardo H.
Escena 1/ El hombre que está solo y espera.
H
abía comprendido, finalmente, que todos esos años constituían un instante en la rueda de la vida, y que por eso mismo la suya se le aparecía ahora tan breve. "La intensidad es amiga de la fugacidad. Ambas representan una escena sobre el telón de fondo del tedio", se decía para sí mismo, mientras sorbía la bombilla con bovina despreocupación. Y así, poseído por el espíritu del pasado que se alejaba inexorablemente, intentaba reconocerse una vez más entre las volutas de su existencia.
De pronto tuvo una visión escalofriante: miles de seres con alas de ángeles y cuernos de demonio danzaban contra el cielo ennegrecido. Sus alas, como ojos gigantescos, esparcían la ubicuidad del elohim. Como un panóptico teológico pavoroso, los ángeles- demonio se lanzaban en picada, o iban a ras de suelo, o se agitaban de un modo frenético, o se mecían como barcas en un mar sereno. Pero sus alas- ojos estaban siempre abiertas. Por sus espaldas una especie de terminal nerviosa los conectaba a un gran ordenador, una máquina suprema que funcionaba como un cerebro cibernético. Lleno de espanto, se dio cuenta de que no había escapatoria a esa mirada infinita, y que eso era, precisamente, el infierno...

Escena 2/ El hombre que está solo se cansa de esperar
inútilmente.
Pero él pertenecía a esa raza de hombres que creen que una sola duda bien fundada es más contundente que la colección de centenares de dogmas enunciados tibiamente. Entonces, ¿estaba buscando, después de todo, certezas? No. Más bien, estaba seguro de sus dudas. Y del esfuerzo por sostenerlas le venía, paradójicamente, la fuerza que lo mantenía con vida.
Consecuentemente, no le temía a la muerte. La consideraba como una especie de acontecimiento instantáneo, fugaz. Pero le temía, sí, a la vejez como anticipación- duración de muerte, como una experiencia que duele y se ahonda. Le temía a la vejez vacía, como epílogo de una vida nunca comenzada a ser vivida, nunca comenzada a hacerse. Le temía, en fin, a esos estertores cacofónicos eternizados en un presente llano. Acaso su temor se fundaba en una sospecha cada vez más confirmada de que el temblor no cesa, sino que se intensifica en el contraste con el cuerpo que se disuelve. Para alejar estos pensamientos impertinentes se repetía que toda época es propicia para fundar. Ciertamente, desde la visión del instante, de la inmovilidad que inicia, pero no desde el movimiento sin solución de continuidad, donde entonces todo pretendido comienzo es realmente reiteración variable de lo mismo. Y aquí nuestro hombre emprendió un viaje al desierto, no para quedarse en él, sino para regresar continuamente. Experimentó el vértigo del tránsito, y advirtió que los caminos no frecuentados terminan por confundirse con el entorno, y ya no son reconocibles aunque puedan preservarse en la memoria.

Intervalo
"Aquellos que te prometieron el Reino de los Cielos te olvidaron. Te arrojaron a una tierra abandonada de los dioses y los hombres, donde el rostro de los otros se escondieron para siempre". El estribillo coreado por un grupo de demonios lo acosaba de vez en vez, por aquellos días. Ahora no lo intimidaban. Sabía de otras verdades, que crecen en los intersticios de las cosas. Sabía, en efecto, que las verdades requieren su tiempo de sazón. Que hay que dejarlas decantar, hasta que una mañana propicia su corazón estalla. Que a destiempo, en cambio, esas verdades son fruto sin destino.
Además, su esperanza también viajaba... "Viajero, viajero de la noche... caballero de las sombras... viajero acompañado de una esperanza ni siquiera vestida para la ocasión. Pequeñita esperanza, fortuita, fugitiva, esperancita mía llorando y temblando en el asiento de atrás. Esperancita que casi se apaga, pobrecita, y que enmohece por la humedad de una lluvia sin fin..."
Estaban, por supuesto, las verdades, ésas como de peluche: un poco tontitas y risueñas... "Falsas verdades que nos escupen como gargajos a los ojos..."
Y después, la noche: "¡Ah, qué noche! Lluvia sobre mi rostro desencajado, sobre mi rastro perdido... No veo de tanto correr, pero huyo ¿y de qué? Y mi cabeza enloquecida de dolor. ¿A dónde van a parar tantos curiosos de circunstancia? ¿Los vomitaría el desierto como un viento de arena en alguna remota comarca olvidada de todo?".

Escena 3/ El hombre que está cansado de esperar inútilmente vive, pese a todo.
La caída y el golpe. La piedra... Esa piedra ¿sería también capaz de llorar? ¿Partiría su boca irregular en un grito silencioso, milenario? Quizá lo hubiese hecho ya, hace mucho tiempo. Era imposible saberlo: "Ningún oído sobrevive ahora; ninguna palabra pronuncia el mensaje de la piedra que sufre" (si sufre).
"Y cuando el estallido final se me congele en la garganta, y me cubra de sombras y cenizas; y se me desanuden las cuerdas del alma... no me perderé por estas calles polvorientas, no me dejaré ir para siempre... Yo regreso en el sueño de la piedra silenciosa..."

(Texto publicado en la antología poética Que orgullo que me da, año 2004)

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